-Bar Serena

Tratando de salir de la monotonía habitual, se encuentra en pleno barrio Brasil, un bar en donde el tiempo parece no tener prisa en avanzar, congelándose así para conservar lo más profundo de la antigua bohemia Santiaguina Republicana.
Se trata del Bar Serena, ubicado entre las calles Compañía y Catedral, este sucucho ofrece a sus clientes los más variados platos típicos de nuestro criollo.
Es así como por $1200 pesos puede acceder al plato del día, porotos, guatitas, cazuelas etc.… todo emerge dando al menú una real vida a este restorán, acompañado por un aire de décadas pasadas, donde la ambientación juega un papel preponderante, la típica radio antigua, el congelador de bebidas, su imagen de sor teresita de los andes, sillas de fierro y cuero, su banderín de palestino, entre otros, conforman el conjunto.
En la barra, el habitual "curadito" con su fiel "caña", bolso y zapatos de cuero, chaqueta y gorra con olor a naftalina. Luego vemos al dueño del local, un tipo gordo, sencillo, experimentado en estos negocios. El mozo, un tipo sacado de algún cuento de lemebel, su típico delantal amarillo con rojo, su gorra, polera celeste, pantalones blancos y una cara de historia por el cual se nota que han pasado generaciones, todas atendidas con su cancino caminar. En su aspecto aflora lo más tradicional de nuestro pueblo, rescatado del baúl de los recuerdos de nuestra moderna sociedad, y que hoy es una especie en extinción.
Para beber, desde su Pipeño, su Pilsen (escrita asi en el menu), hasta una gustosa jarrita de borgoña. Extrañamos el respetado “terremoto”, el dueño nos señala que no lo vende porque “los cauros se curan con eso”, nos da el dato que en la esquina de stgo domingo lo venden…en fin.
Nos inclinamos por el borgoña con frutilla, dulce apetitoso, nos inunda dejando una alegre sensación, la cual se incrementa al observar la magia del lugar.
Nos vamos satisfechos y regocijados, sabiendo que aun existen estos tradicionales bares en nuestro país y que ojala, no mueran producto del pseudo progreso y la modernidad salvaje que nos invade, y así poder disfrutar en 20 o 30 años mas, en el ocaso de nuestras vidas, lo divino de las costumbres de nuestro pueblo.